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El Líbero | Columna del académico Cristóbal Aguilera: El problema de la "forma" constitucional



Chesterton decía que, antes que los términos “evolución” o “progreso”, prefería el término “reforma”, pues este presupone una forma. Forma, traducido al plano político (y constitucional), significa modelo de sociedad, ethos social. Y este ethos es lo que, finalmente, justifica y les da sentido a los cambios (reformas) que se desean llevar a cabo y que, por cierto, muchas veces son necesarios para poder actualizarlo y realizarlo.

El debate constitucional que hoy tiene capturada nuestra discusión pública versa, en última instancia, sobre aquello que nos une, sobre el fin al que aspiramos como sociedad. No son cambios cosméticos los que buscan la mayoría de quienes han impulsado el proceso que estamos viviendo y que, eventualmente, se oficializará en abril de este año. Hay, en efecto, una izquierda y una derecha (ambas de corte progresista liberal) que pretenden cambiar no solo el rumbo del desarrollo institucional y económico del país, sino que dañar el ethos, es decir, la cultura, la tradición, la ética.

Nociones como el anti-perfeccionismo, procedimentalismo, Estado neutral, salen a colación con mucha fuerza, aunque sin que la gran mayoría advierta lo que en realidad significan. La política no es un asunto que dice relación únicamente con la legitimación del poder, por lo que la Constitución contiene reglas que van más allá de este aspecto. Basta leer las nociones y definiciones políticas fundamentales (las bases de la institucionalidad), para advertir que lo que está en juego es algo más importante que la mayor o menor fiscalización de los agentes económicos o la protección efectiva de derechos sociales. En concreto, aunque nuestra discusión ha versado sobre todo en asegurar cuotas de poder y establecer límites al despliegue del proceso, el verdadero debate tendrá como objeto a la solidaridad, la subsidiariedad, el bien común, la familia, el derecho a la vida, la libertad religiosa. ¿Qué sucederá con principios evidentes y estructurales para el derecho público como la primacía de la persona humana o la servicialidad del Estado? ¿Cuál será la antropología que subyacerá -porque siempre existe una, aunque los liberales lo nieguen- al reconocimiento de los derechos fundamentales?

Las constituciones no tienen la fuerza, por sí solas, de modificar las culturas de los países. Pero son un factor cultural decisivo para modificar el ethos social. De ahí que, también, debamos tomar conciencia de que la crisis que estamos viviendo no es ni única ni fundamentalmente social, económica, institucional o de orden público, sino que es una crisis cultural y espiritual. En definitiva, es nuestra identidad más profunda aquello que estamos poniendo en jaque.

 

Columna publicada en El Líbero


Publicado el:

Viernes, 06 Marzo 2020