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El Líbero | Columna del académico Cristóbal Aguilera: La imperfección de las cosas humanas



La anarquía (el caos, el desgobierno, el desconcierto) no tiene como única causa el fenómeno social que Spaemann denominó «nihilismo banal», cuyo horizonte final es la abolición de los criterios de lo bueno y lo verdadero. La anarquía también es el resultado de un fenómeno que constituye el equivalente opuesto del anterior: la convicción decidida de que lo verdadero y lo bueno no solo existe, sino que puede realizarse de modo absoluto y perfecto en esta tierra.

A la par que aumenta en las almas de muchos ciudadanos el hastío de la realidad, intensificado por las cada vez más agudas sensaciones de injusticia, miedo y abuso, va incubándose el deseo de un mundo ideal. La ilusión de que, si hacemos de otro modo las cosas, la realidad será mucho mejor. Ese “hacer de otro modo las cosas” normalmente significa cambiar el gobierno y la institucionalidad, pues la culpa de que no habitemos en el paraíso es de quienes hoy detentan el poder y la forma en que se ha ido configurado la sociedad. En definitiva, debemos arrasar con todo (desde la Constitución hasta la PSU) si queremos comenzar a sembrar un mundo nuevo.

Este ideal fantasioso en realidad es una manifestación de la angustia existencial más radical. Es tal la experiencia de lo sin-sentido, que nos convencemos de que todo esto necesariamente pasará, porque no puede ser de otro modo, porque debe existir en alguna parte algo mejor. La política se vuelve miserable cuando, como hoy, utiliza esta angustia para conseguir sus propios fines partidistas, como alcanzar una nueva Constitución bajo la promesa de la ensoñación. Más temprano que tarde, sin embargo, la realidad nos sacudirá con la misma violencia que provoca el ancla en el barco que navega sin pausa. Las sociedades no cambian de ese modo, y si hay algo seguro es que las cosas pueden ser peor, mucho peor, que las actuales.

¿Qué explica todo esto? La democracia es más frágil de lo que creemos porque fue creada y es ejercida por hombres, es decir, seres imperfectos. Olvidar esto es uno de los errores políticos más graves que podemos cometer. Observar con admiración el estallido social, como si este fuese una manifestación químicamente pura de bondad, desprendimiento y preocupación social es un absurdo que nos está llevando casi irremediablemente al despeñadero. No existe en este, nuestro mundo, la sociedad perfecta, ni tampoco los ciudadanos poseen una pureza intrínseca a la hora de reclamar sus aspiraciones. Esto ya lo advertía hace algún tiempo Ratzinger al decir que una de las principales tendencias que amenaza la democracia actual es «la incapacidad de aceptar la imperfección de las cosas humanas».

 

Artículo publicado en El Líbero


Publicado el:

Lunes, 13 Enero 2020